La conocí así: bailaba con sus cuatro correspondientes sombras en la pared y dos en el piso, girando sin control una y otra vez sobre sí misma y otra vez sobre sí misma y otra vez sobre sí misma. Hundida por completo en la música que se explayaba cuadrafónicamente desde las esquinas de su cuerpo, dentro de una habitación sin hojas en las ventanas.